Vámonos incluyendo
En Sin categoría — 4 min.
¿Es el momento de hablar y escribir a todes nuestros amigues y compañeres de esta forma? ¿Nos sentiremos mejor refiriéndonos a nuestros emplead@s con está grafía o quizá habrá que escribir empleadxs? El lenguaje inclusivo no es una mera ocurrencia, como podría parecer a quienes hoy se rascan la cabeza y se preguntan por qué se enfrentan a esta pequeña revolución.
La atención especial a nuestra forma de hablar y escribir es producto de diversos movimientos sociales que tienen años buscando combatir la discriminación desde nuestra principal herramienta –y arma– colectiva: el lenguaje.
Algunos de los primeros manuales de lenguaje inclusivo —para evitar el sexismo—, se escribieron
en los 80, pero éstos no alcanzaron notoriedad sino hasta el siglo XXI. Para entonces, a las
necesidades de equidad femenina se habían sumado las personas discapacitadas, LGBTQ+ y los
pueblos indígenas y tribales, entre otros.
El sitio especializado modii.org define como lenguaje inclusivo —también llamado no discriminatorio, con perspectiva de género o con inclusión de género— el “comunicarnos de una manera que no represente una distinción asimétrica,desigual, excluyente o injusta entre mujeres, hombres y personas de género no binario”.
Por ejemplo, se ha criticado el uso del género masculino como genérico: “amigos, profesores,
médicos, diputados…”, pero hay que ir mucho más allá. ¿Desea una persona que se le describa
como “el” o como “ella”, o prefiere una solución no binaria como “elle”? ¿Cómo le llamamos a los
afrodescendientes? ¿Es malo decir que tuvimos una suerte negra?
No es raro que el mundo de la política haya adoptado primero el lenguaje inclusivo. El presidente
Vicente Fox arrancó la costumbre de referirse a las mexicanas y los mexicanos, una técnica que se llama “desdoblamiento”, que se encuentra entre las más aceptadas para dirimir el problema del genérico masculino. El otro recurso es buscar palabras y redacciones neutras: las personas
jóvenes, las audiencias, el alumnado, o puestos como la presidencia y la gerencia.
En general, cada vez más instituciones cuentan con manuales para el uso del lenguaje inclusivo,
desde la OEA, hasta el Ayuntamiento de Barcelona. O bien, están sitios como Modii, que es parte
de una iniciativa global llamada IWORDS Global. En México, organizaciones como Marca Violeta
ofrecen consultoría en estos temas.
Claro está que hay diferencias de criterio entre tantos manuales. La mayoría adopta las soluciones menos agresivas con el lenguaje, como el desdoblamiento o el neutro, pero sólo los más abiertos están en favor de la arroba, la “x” o la letra “e”. Estas últimas, hay que decirlo, son rechazadas por la Real Academia de la Lengua y por la mayoría de los editores de cualquier medio o publicación mainstream. En particular, por la imposibilidad de pronunciar las dos primeras, y por las confusiones que provoca la tercera. En terrenos raciales (o tribales) y de la comunidad LGBTQ+ hay muchas más discrepancias.
El argumento en favor del lenguaje inclusivo es que el idioma está en constante evolución, es
dinámico y maravillosamente impreciso, así que no hace daño proponer cambios, sobre todo de
manera voluntaria, como la mayoría de los manuales enfatiza. En contra, se dice que el cambio no ha sido impulsado por suficientes personas aún, y que la evolución del lenguaje suele venir de la población general hacia grupos particulares, no en sentido contrario.
No hay muchas encuestas al respecto, pero una realizada por la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) en 2020 encontró que sólo 8% de la población de aquel país utilizaba lenguaje
incluyente. Un muestreo de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) entre maestras y
maestros del español en México y España encontró que apenas estaban de acuerdo con la
afirmación de que su idioma es sexista (2.5 en una escala de uno a cinco).
El número se acerca a 4, cuando se propone que el masculino debe seguir usándose como genérico. Los profesores aprueban el desdoblamiento y el neutro, pero reprueban los demás recursos.
La discusión ha llegado a bases políticas irreconciliables. Sin embargo, las empresas están
obligadas a adoptar reglas de lenguaje incluyente, para buscar la erradicación de algo más
importante: las propias acciones discriminatorias y el daño reputacional que una mala posición
interna podría provocarle ante su mercado.
Es obvio que las empresas que se dirigen a grupos más jóvenes y otros mercados específicos
tienen que realizar un esfuerzo mucho mayor, y hablar el mismo lenguaje que su mercado. Pero la responsabilidad social va más allá. La escalofriante realidad es que 33% de los mexicanos no le rentaría una habitación a una pareja gay; 56.6% justifica poco o nada que las personas practiquen tradiciones o costumbres distintas a las mexicanas y 64.4% que dos personas del mismo sexo vivan juntas.
Además, 20.2% de la población adulta mexicana declaró haber sido discriminada. Son datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación, del INEGI. Por ello la urgencia de empezar a hablar del tema.