Fake news: vienen desde el poder
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A estas alturas, todos nos hemos enfrentado en algún momento a las fake news. Por lo menos, la gran mayoría de los cientos de millones de usuarios de redes sociales en el mundo son recipientes directos de éstas, y de ahí habría que sumar a otros millones más a quienes les llegan –ya multiplicadas–, por alguno de los canales tradicionales: la comunicación de boca en boca, o incluso no pocos old media de escaso control editorial o incluso principios éticos “diferentes”.
Las noticias falsas existen desde siempre, pero en tiempos previos a Internet era fácil aislar a los medios responsables de difundirlas –o más bien se aislaban solos–. Aún ahora, la publicación de fake news en un medio tradicional puede meterlo en aprietos, afectando su reputación, aunque sea temporalmente.
El problema más grande está en las redes sociales, en donde personas que no tienen ninguna obligación de enterarse de las técnicas de verificación de la información, consulta a diversas fuentes o búsqueda de documentos que suelen aplicar los periodistas entrenados, tienen el mismo poder de difusión que éstos. Con frecuencia el poder es mucho mayor.
El daño que provocan las fake news podría quedar en lo anecdótico, cuando se trata de chismes del corazón que suelen inundar la redes respecto de tal o cual celebridad. También, podría quedar en el beneficio económico de algún medio o influencer mal intencionado, que genera mentiras para producirse más visitas. El click bait merece trato aparte.
Pero lo más siniestro es que no queda ahí. Hoy en día ya es común que sean usadas desde el poder político o económico, con las intenciones específicas que siempre tiene el poder: perpetuarse. Esas son las más peligrosas y dañinas, pues suelen difundirse con tal fuerza que provocan cambios reales en las conductas sociales, y muchas nunca quedan totalmente desmentidas. Bien lo dicen dichos muy viejos, previos a las redes sociales: “Calumnia, que algo queda”. O bien: “la calumnia cuando no mancha, tizna”.
Las noticias falsas pueden venir apoyadas hoy en día por esfuerzos de comunicación orquestados, con una cuidadosa selección de los receptores de la información a través del análisis de big data, a menudo infringiendo la ley, como fue el caso de Cambridge Analytica. También, por el conocido pero poco combatido uso de bots, que repiten y apoyan bajo pedido la información del mejor postor. La información suele apoyarse en pautas comerciales a través de empresas fachada, como lo pueden hacer empresas privadas, que para ocultarse forman asociaciones u organismos “civiles” que se encargan del orquestar campañas de mudslinging contra su competencia o actores del gobierno que pudieran actuar en su contra.
Lo más preocupante es que se abren nuevas posibilidades a través del Deep Fake, técnicas de falsificación sofisticada de fotos y videos, que pueden causar muchos problemas en el futuro.
Las fake news orientadas desde el poder parecen –esto lo lanzamos como hipótesis–, estar generando un segmento del público que prácticamente está abierto a creerse todo, especialmente si no viene de los medios tradicionales, a los que considera de alguna manera vendidos o ideologizados por los “contrarios”. En este segmento están quienes prácticamente no consumen más que noticias “alternativas”, pero también una serie de grupos que sólo admiten la legitimidad de noticias provenientes de cierta fuente, medio o, por supuesto, tendencia política.
Las fake news tienen entonces una base directa en lo que hoy se entiende como posverdad: ese relativismo en donde todo queda tan revuelto que no hay más que abrazar la verdad que nos parezca o convenga. En ese río revuelto el poder encuentra nuevas oportunidades, al apropiarse del término para endosárselo a la información crítica o fuerzas opositoras. No en pocos casos ya hay leyes que pretenden castigar la difusión de fake news entre las redes sociales o la prensa, entrando en un peligroso terreno, al dejar en manos del poder la determinación de cuáles son las noticias reales, y cuáles no.
En una democracia, el fenómeno requiere más de una prevención por medio de la educación y la exposición abierta de los creadores de noticias falsas, que una solución desde el poder. Algunas instituciones han lanzado diversas técnicas para, desde el público, estar prevenido contra las fake news, y la posverdad. El FIP tiene un buen documento al respecto, en donde ofrece una clasificación, y algunas medidas para no difundirlas. El Poynter Institute for Media Studies es una escuela de periodismo sin fines de lucro estadounidense, en cuyo sitio se escribe, previene y combaten una por una las noticias falsas. El diario El País cuenta con una sección permanente dedicada al tema en todo el mundo, al igual que BBC Mundo. En México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos publicó un documento sobre su impacto en el derecho a la libertad de expresión, y por supuesto Animal Político tiene El Sabueso, un sitio de fact-checking, dedicado a comprobar o desmentir noticias falsas.
Es mejor desde el punto de vista de la comunicación favorecer este tipo de acciones, para contar con una audiencia educada y mejor entrenada para resistir los embates de las noticias falsas que pretender reprimirlas.